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Mónica Arango y Estefanía Álvarez la dupla colombiana en natación artística. Foto: COC
Mónica Arango y su pasión por
Prensa Mindeporte
Bogotá, 01 de agosto de 2021. Mónica Arango, Estefanía Álvarez y el nado sincronizado es una historia de amor a primera vista, de esas que llenan el corazón, lo hacen palpitar con emoción, alegría; que invade los sentidos, roba el aliento y hace que el estómago hormiguee. De esas historias idílicas que añoran los jóvenes soñadores. Un vaivén entre las partes que hace que la relación se fortalezca con el paso de los años.
Arango y Álvarez se conocieron por esas casualidades que tiene el destino: misteriosas y anonadantes. Aunque los papás de las dos siempre las apoyaron en todo momento y estuvieron acompañándolas en cada paso que daban, el trabajo y las obligaciones no permitían que llegaran a tiempo a recogerlas, así que las dos se quedaban hablando de todo y de nada, esas ambigüedades de la vida, mientras esperaban. Así comenzó a forjarse una amistad interminable.
Ambas se iniciaron casi a la misma edad en la natación artística: Arango recién había cumplido los siete años y Álvarez los ocho. Quedaron hipnotizadas con la armonía de los movimientos ligeros que realizaban un grupo de jóvenes en el agua: sus pies seguían el ritmo de la música, la velocidad, el compás, todo de manera sincronizada. Fue una atracción total que les marcó el sendero que tenían que seguir.
El deporte entró como un flechazo a sus vidas, abriéndose camino sin parar, quebrando estigmas, taras e invadiendo sus sentimientos, sueños y anhelos. Desde entonces, el norte de Álvarez y Arango está encarrilado hacia esta disciplina, el nado sincronizado,que es la que ha hecho que sus figuras crezcan y se establezcan como una de las mejores parejas en Colombia y Latinoamérica.
"Es una disciplina difícil porque es como tener gracia y a la vez una preparación física muy fuerte, es estar jugando con el agua. Requiere un esfuerzo importante", dice con un suspiro Mónica Arango. No es para menos: los movimientos que hacen los nadadores sincronizados son milimétricamente estudiados, a lo que se le suma la dificultad de estar debajo del agua. El trabajo de entrenamiento siempre fue arduo: comenzó con la simple actividad de sumergirse para recoger piedras, para expandir su capacidad pulmonar, hasta que se convirtió en un hábito.
Nunca hicieron parte del mismo equipo, porque Mónica estaba una categoría más adelante. Aun así, la química fue grande. En 2012 tomaron la decisión de juntarse e iniciaron el camino hacia los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Fueron cuatro años difíciles, con muchos obstáculos. Unos días se sentían felices y al siguiente, ¡pum!, totazo contra la pared. Pero ese esfuerzo rindió sus frutos y lograron una clasificación histórica.
La amistad de ambas se hizo inquebrantable, se armó bajo unas bases sólidas, fuertes, resistentes lo que se convirtió en un pilar fundamental en cada una de sus presentaciones. Se entienden a la perfección: con cada mirada hay un diálogo interminable; con cada gesto, un entendimiento profundo, que hace que sus movimientos sean impecables y maravillen a propios y extraños.
Para este ciclo hacia Tokio tanto Mónica como Estefanía contaron con el apoyo del Ministerio del Deporte. Ambas hacen parte del programa atleta excelencia, lo que les alivia muchas presiones. Ambas se concentraron más en el gran objetivo, que fueron los Juegos Olímpicos y lograron la clasificación, con paso firme, sin titubeos. Se han convertido en una pareja referente de la natación artística a nivel nacional como internacional.
Sus cabezas, ahora puestas en Tokio 2020, siguen bajo la influencia del flechazo del amor que les dejó esta disciplina y así mismo les responden y dan un ejemplo muy grande a toda Colombia: en el deporte como en el amor, cuando las cosas se hacen con el corazón, no hay obstáculo suficientemente grande que obligue a bajar los brazos.
