Andrea Ramírez debutará este viernes en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Foto: Federación Colombiana de Taekwondo.
Andrea Ramírez, una taekwondis
Prensa Mindeporte
Bogotá, 23 de julio de 2021. El aspecto angelical de la taekwondista Andrea Ramírez por fuera de los cuadriláteros deslumbra. Es una mujer de ojos alegres, de risa fácil, que fascina con sus palabras cuando habla de su deporte y se emociona recordando las historias de sus papás y sus hermanas como si las estuviera viviendo de nuevo. Siempre va acompañada de un moño que les da orden a sus crespos y de una sudadera, para andar lo más cómoda posible.
Su vida ha estado marcada por el taekwondo, incluso antes de que ella supiera: sus papás Juan José Ramírez y Yury Marcela Vargas fueron cinturón negro y también realizaron artes marciales mixtas. El deporte de combate lo llevó siempre en la sangre, pero no apareció en sus primeros años de vida, en los que era una niña de cara redonda y de grandes cachetes, que no practicaba ningún tipo de actividad física. A los cinco años había intentado con la gimnasia, pero los movimientos armónicos y estilizados no la enamoraron. Lo hizo, por pocas semanas.
También tocó el violín, pero el gusto por la música no era algo que viniera dentro, que la trasnochara, que la obligara a ir más allá y con el paso del tiempo se fue perdiendo. Sobre todo, después de que el deporte años después, nuevamente, apareció en su vida. Andrea, como siempre lo hacía cuando pequeña, siguió los pasos de Laura, su hermana y comenzó a practicar taekwondo. El amor por el combate, ese que siempre estuvo flotando dentro de sus venas, se despertó. "Laura fue la que me incitó a entrenar", dice. "Somos muy unidas, así que empezamos las dos a tener nuestro proceso de formación y duramos como dos meses. Los horarios siempre interfirieron con nuestros estudios, por lo que nos íbamos a retirar".
Sus horarios eran estrechos, le tocaba muy difícil: combinaba los entrenamientos con el estudio y las clases de violín. Se levantaba diariamente a las 6:00 a.m. para hacer ejercicio físico: cardio, pesas y fortalecimiento, entre otros. Una vez salía, se iba a la casa a cambiarse para irse a estudiar y después regresaba a seguir las prácticas, enfocada en el mejoramiento de la parte técnico-táctica. Así eran sus días de lunes a viernes, los sábados solamente se enfocaba entrenamientos, que iban de 10 a.m. hasta las 8:00 p.m.
"Muchas veces mi mamá nos decía que dejáramos la práctica de lado, pero nosotras siempre le respondimos que queríamos continuar", resalta Ramírez. Tenía 15 años y sabía que el taekwondo era su vida. "Un sábado teníamos presentación de violín y salimos del entrenamiento, en sudadera a tocar. Nos miraron raro ese día", recuerda con una sonrisa. Ese fue uno de los puntos que la hizo decidirse por dejar de lado el instrumento y dedicarse de lleno al deporte.
En ese momento. a Andrea no le importaba su biotipo: pequeña, de cuerpo ancho. Además, no era elástica, le costaba abrirse de piernas o dar patadas altas. "Muchas personas no pensaban que fuera a salir adelante, pero yo sabía que era todo lo que quería, así que me enfoqué a entrenar juiciosa, me dediqué 100 % para lograr las metas trazadas". Y esa decisión que tenía fue fundamental para empezar a ver los resultados.
Con el maestro Cito Forero empezó a tener un mejor rendimiento. Aquella Andrea Ramírez, de cara redonda y grandes cachetes, se estaba transformando. Se convirtió en una mujer más esbelta, atlética y las patadas altas, que al comienzo se le complicaban, fueron mejorando hasta que se convirtieron en su pan de cada día, gracias al esfuerzo que le estaba imprimiendo. Su vida dio un giro de 180 grados con el deporte: dentro del cuadrilátero esa mujer de risa fácil y ojos alegres se transformaba, se convertía en una fiera intocable, que dominaba y defendía cada centímetro del cuadro de pelea.
Una vez vio eso, Forero la potenció en cada uno de los aspectos pertinentes. Lo que la llevó a brillar en las diferentes categorías en las que compitió hasta llegar a la élite. "Mi paso a mayores fue bastante difícil porque para ser integrante de la selección de Colombia tenía que ganarle a la número uno a nivel nacional, de ese momento". Gracias a su perseverancia, firmeza, constancia, persistencia e insistencia logró su objetivo y desde entonces ha tenido presentaciones sublimes.
Defendiendo los colores patrios compitió por primera vez en un Internacional en Bogotá y debutó por lo alto: logró quedarse con la medalla de oro. Después participó en los nacionales y también se impuso. Salió victoriosa de todo en lo que compitió, lo que le sirvió para ganarse el tiquete al Campeonato Mundial, en Corea del Sur.
Fue su primera representación internacional, su primera salida del país. Un vuelo largo, cansino. Después de 20 horas de viaje pisó tierras asiáticas y contó con una actuación sorprendente: bloqueos, patadas a la pechera, en momentos determinantes, hicieron que terminara el campeonato en la tercera posición, su primer gran logro internacional. Pero más allá de los aplausos y los vitoreos, lo que primó de esa presentación fue la enseñanza que le dejó: "dicen que las tailandeses, chinas y coreanas son las mejores y yo estuve a la par con ellas. Esto me dejó una pregunta ¿Cuál es la diferencia entre ellas y nosotras? La respuesta fue simple: ninguna. Todo está en la mentalidad y en las ganas que le metamos a las cosas".
Ese análisis que hizo, le sirvió para potenciarse mentalmente y comenzar a ser un poco más profunda a la hora de competir. Tiene claro que se gana desde antes de competir: "si no tienes confianza en ti mismo, perdiste antes de saltar al cuadrilátero", dice. Con esa mentalidad llega a Tokio, con el anhelo de dejar en alto el nombre del país en su primera presentación en unos Juegos Olímpicos para que el mundo siga reconociendo a Colombia como tierra de atletas.