Este deporte paralímpico es muy distinto al convencional, pero si hay algo que comparten y que los identifica, es el respeto por el adversario. La selección Colombia estuvo muy cerca de clasificar a Tokio 2020.
Prensa Mindeporte
Bogotá, D.C., mayo 27 de 2020. A varios de los grandes equipos del rugby en el mundo se les identifica con animales. Están las gacelas sudafricanas o los pumas argentinos, por ejemplo. La sagacidad de unos, la fiereza de otros. Y en cierta forma, esas características son fundamentales para practicar el rugby en silla de ruedas.
Se creó en Canadá y participan personas con lesiones medulares severas o amputaciones. Es de carácter mixto y guarda ciertas diferencias con el del sector convencional, aunque si hay algo que los une es el respeto profundo por el rival, a pesar de la intensidad con que se disputa.
El rugby en silla de ruedas no se juega sobre césped como el tradicional, ya que se desarrolla en un coliseo con las dimensiones de una cancha de baloncesto. El balón no es un ovoide sino que es similar al de voleibol; se permite el pase frontal; intervienen cuatro personas y se debe tener una sumatoria de máximo ocho puntos en los integrantes del equipo que se encuentren en cancha.
Dentro de este deporte, que es regido a nivel internacional por la Federación Internacional de Rugby en Silla de ruedas (IWRF), se encuentra que la clasificación funcional está entre el 0.5 y el 3.5, teniendo como clases bajas las categorías 0.5, 1.0 y 1.5; las clases medias 2.0 y 2.5 y las clases altas 3.0 y 3.5
La 0.5 es para la persona que flexiona el tronco hacia delante y usa los antebrazos para presionar sobre la rueda para frenar; cabeza hacia delante, con meneo cuando empuja. La 1.0 implica contacto más largo, empujando activamente la rueda y puede tener alguna habilidad para retroceder empujando la parte trasera de la rueda, mientras que en la 1.5, está quien tenga aumento de la fuerza o estabilidad del hombro y permite un empuje más efectivo con comienzo explosivo limitado.
En las clases medias, la 2.0 es de buena fuerza y estabilidad del hombro que permite un empuje más efectivo; la 2.5 para quienes pueden tener algún control del tronco, lo que les da mayor estabilidad en la silla. Y en las altas, 3.0 se determina por la habilidad para agarrar el aro de la rueda, incrementando el control y la velocidad de la remada, especialmente cuando arranca, frena y gira; y la 3.5, con función asimétrica del brazo o de las manos y es evidente en las destrezas con la silla y en el manejo de la pelota.
Paola Martínez, la única mujer de la selección Colombia, que estuvo muy cerca de lograr el cupo a los Paralímpicos de Tokio en el Torneo de Clasificación de la IWRF, que se disputó en marzo pasado en Richmond, Columbia Británica, Canadá reconoce el valor que este deporte le dio a su vida.
A sus 16 años tuvo una lesión cervical por un accidente motociclístico y, cuando parecía consumirse en una silla de ruedas, conoció el rugby en silla de ruedas, a través de alguien con quien compartió en una fundación donde siguió su recuperación en Bogotá.
"Vi videos y me encantó. Dije, esto es para guerreros y todos están en igualdad de condiciones", recuerda. A partir de ese momento, comenzó "un proceso evolutivo magnífico" que le "enseñó a ser independiente". "Tuve claro que si me caía, debía levantarme por mis propios medios, no podía estar mi mamá para ayudarme, como lo hizo después del accidente", dice.
Paola le debe al rugby en silla de ruedas toda su "fuerza física y mental". "Ya no tengo el pensamiento débil de una paciente sino la convicción de una deportista que puede", agrega sobre el impulso que le ha dado este deporte paralímpico, que ya le ha dado a Colombia dos medallas de bronce parapanamericanas (Toronto 2015 y Lima 2019).
