El billarista analizó su participación en los Juegos Mundiales
Prensa Coldeportes
Por estos días la ciudad de Breslavia es un epicentro de culturas, más de 3.500 atletas contrastan los colores de sus uniformes con la arquitectura contemporánea de una metrópoli del deporte gracias a los World Games.
Los asistentes a los encuentros deportivos vibran de emoción con cada competencia, la sonrisa de un atleta hace un efecto dominó que hasta logra dejar a un lado la seriedad de los jueces. Pero en el Wroclaw Congress Center pasaba algo diferente. Desde su ingreso, en un salón oscuro se confirmaba en silencio el trabajo de un artista. El sonido de las ‘carambolas’ cautivó a los seguidores de esta disciplina, el billar abrió sus puertas en los Juegos Mundiales.
Colombia no fue ajena a esta apertura, Huberney Cataño debutó en el certamen, para él fue un comienzo agridulce porque en el camino se encontró con el vietnamita Tran Quyet Chien, campeón del mundo.
"Esta partida fue algo triste, infortunadamente me tocó jugar con el vietnamita, un contrincante muy difícil, campeón del mundo. Empecé ganando la partida y en un momento pensé que ya la tenía controlada, pero de ahí en adelante todo cambió", aseguró el billarista, quien finalmente perdió el encuentro. (Escuchar audio)
De sus 27 años de edad, diez de ellos los ha dedicado a la precisión del billar, empezó desde muy pequeño en su natal Manizales. Tiene tres hermanos, y cuando se le pregunta por sus inicios en el deporte, evoca a su padre, quien ya falleció, como unos de los promotores de la pasión que siente por esta disciplina.
Recuerda el camino que recorrió para llegar a estas justas, y asegura que ha sido difícil debido a que la modalidad que escogió, la de tres bandas, es muy competitiva en Colombia. "Tampoco me imaginaba que iba ser tan doloroso perder, me ha pasado en muchas competencias pero en esta me afectó demasiado", recalca.
Cuando está en frente de la mesa de billar, se encomienda a Dios y solo piensa en hacer ‘carambolas’; el brillo de las bolas lo relajan y lo que más desea es ir abrazar a su pequeño Antony, de 16 meses, antes de continuar con su periplo internacional.