Programa Convivencia y Paz de Coldeportes en La Guajira
Prensa Coldeportes
A Bogotá la conocía por clases de geografía. También gracias a imágenes de noticieros. Pero igual era un destino tan impensado como lejano. No cuando se trata de ir tras un sueño. Y probarse para buscar un lugar en la Selección Colombia Indígena era más que un pretexto para conocer la capital.
Fueron 18 horas de trayecto terrestre entre su natal Mayabangloma, resguardo Wayuu de la Guajira, y la metrópoli. Eso no sería demasiado a la hora de experimentar por primera vez el frío. "No sentía ni pies ni manos, pero lo peor es que se me fue el aire", recuerda aún con angustia Lucymar Solano, quien a sus 17 años parecía despedirse pronto del Distrito.
Y cuando el oxígeno escaseaba, algo le devolvió el aliento: "Pensé en mi gente y eso fue suficiente para respirar de nuevo y con fuerza". Debut y bienvenida. Ahora integra el equipo nacional que representará al país en próximos campeonatos internacionales. Todo un logro. Pero especialmente, ejemplo y orgullo para su comunidad.
Así se lo recuerda el tío y entrenador, David Solano. "Dale con todo, por tu resguardo y por Convivencia y Paz", es la arenga del también cacique de Mayabangloma, uno de los territorios guajiros beneficiados por el programa de Coldeportes que transforma a las nuevas generaciones con la práctica de distintas disciplinas deportivas.
"Los que estamos en él vamos más allá del balón. No sólo nos enseñan a jugar fútbol, microfútbol o practicar danza, también nos muestran nuestros derechos por ejemplo", cuenta Lucymar, quien cursa décimo grado en la Institución Etnoeducativa de su resguardo, donde recibe cuatro horas semanales de español y dos de Wayuu.
Intensidad académica que disfruta. Y que también aplica en lo deportivo. Rutina que ya empiezan a imitar sus dos hermanos menores, a los que no sólo los une el amor por el deporte, también la terminación de sus nombres: Reymar de 10 años y Solmar, de ocho. "Quieren seguir mis pasos y yo les digo que pueden ser mejores si se lo proponen", dice convencida la primera hija del hogar Solano Brito.
En la camiseta de su equipo de Mayabangloma luce la número 9. Tiene libertad por el talento que la hace distinta al resto. Pero en la Selección no hay tal. Es más, está más cerca al arco propio que al rival. Su despliegue y fortaleza la llevaron a la zaga nacional. "Los profesores vieron que defendía bien y por eso me dejaron atrás. Igual, cuando pueda, iré al ataque", advierte.
Lucymar irá de arco a arco si es necesario. Los trayectos extensos ya son lo suyo. Se los cuenta a sus compañeros del Programa Convivencia y Paz de Coldeportes que se imaginan cada una de las vivencias relatadas. Ella les relata todo. Hasta sus miedos.
"Admiro mucho a James, a Falcao, pero el ‘Pibe’ es el mejor futbolista de Colombia y tenerlo de entrenador es lo mejor que me puede pasar". Tiene muchas preguntas por hacerle al mítico 10. Pero una en particular la desvela. Saber cómo hizo para mantenerse tanto tiempo en el equipo nacional. Y es que su inquietud le apunta a la siguiente meta: "La Selección Femenina debe tener jugadoras indígenas. Y yo quiero estar".
