El chocoano encontró una luz de esperanza en medio de muchas dificultades
Prensa Coldeportes
La pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades fueron el pan de cada día durante la niñez de Javier Pino, un joven que aprendió a superar dificultades y a edificar poco a poco sus sueños.
La violencia le quitó a su padre y lo obligó a llegar como desplazado a Quibdó (Chocó) junto con su madre y sus cinco hermanos. Empezaron desde cero. Allí vivían en un rancho que apenas contaba con plástico, láminas y zinc en su empírica construcción.
Pero fueron más fuertes los sueños y el deseo de salir adelante. Recuerda muy bien la fecha y la hora en la que ingresó a los Campamentos Juveniles tras una invitación de un coordinador del programa que llegó a su colegio. "Entré el 7 de agosto de 1999 a las 8:00 de la mañana", asegura Javier, hoy referente de la delegación de Chocó.
Sin dudar, Pino Palomino expresa que la iniciativa de Coldeportes ha sido un milagro en su vida. "Siempre le agradezco a Dios por haber puesto este programa en mi camino. Llegó cuando estaba pasando por unas adversidades muy profundas en mi vida", comenta el licenciado en recreación.
Recuerda con nostalgia y gratitud que los pocos ingresos que recibía provenían de la venta de prensa en Quibdó y de ayudar a cargar cajas en supermercados. "Yo vivía muy triste porque era el mayor del salón y de bachillerato, pues en noveno grado ya tenía 19 años".
Las esperanzas de un buen futuro eran casi escasas. Literalmente nadie daba un peso por Javier. Pero él jamás dio el brazo a torcer. Claro, primero tuvo que aguantar la poca fe que le tenían sus paisanos. "A mi mamá le decían que sus hijos iban a ser delincuentes porque no tenían alternativas", indica.
Cuando su nombre se inscribió en los Campamentos Juveniles, la historia cambió. Pudo terminar el colegio, luego cursó un estudio técnico en recreación y gracias a ese título se pudo pagar, con mucho esfuerzo, la Licenciatura en Recreación en la Universidad Pedagógica Nacional, en Bogotá.
Hoy, tras más de una década haciendo parte de esta iniciativa, Javier Pino es instructor del Sena en la sede de Soacha, en la capital del país, donde dicta un programa llamado Articulación con la Educación Media, dirigido a jóvenes de décimo y undécimo grado.
"Este es un programa que dignifica al joven y le da oportunidades. Por eso les digo a mis estudiantes que los Campamentos le salvaron la vida a Javier Pino", afirma mientras exhibe orgulloso sus pines, la mejor muestra del proceso que desarrolló con un inicio complejo pero con un final feliz.
Ahora, apropiado de su rango de fruto, es padre de Aillín, cuyo nombre resume en una palabra lo que ha sido su vida: ´sueña´.