Coldeportes brinda recreación en los albergues con el equipo de Hábitos y Estilos de Vida Saludable
Prensa Coldeportes
Desde hace cinco años, los días de Sandra Angarita, su esposo y sus dos hijas se habían convertido en una historia con puntos suspensivos. Además de trabajar en oficios varios en fincas de San Antonio del Táchira (Venezuela) no había un futuro claro para esta familia cucuteña que decidió una mañana de 2010 cruzar el Puente Internacional Simón Bolívar y probar suerte al otro lado de la frontera.
Sin embargo, el pasado 5 de septiembre les tocó -como a los cerca de 15 mil colombianos que han retornado desde el vecino país en el último mes-, cruzar de nuevo la línea limítrofe hacia Cúcuta, aunque esta vez tuvo que ser por caminos improvisados entre la maleza. Hoy, que llevan 11 días albergados en el coliseo de Villa Graciela del municipio de Villa del Rosario, acondicionado con carpas para ofrecer resguardo a 161 personas, la vida les muestra nuevas oportunidades.
Sandra se levanta a las 6 de la mañana para organizar a sus dos hijas. Primero alista a Yamile, de 7 años y quien va a estudiar a Venezuela utilizando el corredor humanitario habilitado para que los niños y niñas crucen la frontera y reciban clases. Luego, lleva a Valentina, de 5 años, a la guardería, que está a unas cuadras del albergue. Por último, le desea una buena jornada de estudio a su esposo, Leonardo, quien desde la semana pasada se capacita en electricidad gracias a la oferta educativa que el Sena (Servicio Nacional de Aprendizaje) dispuso en la zona para los afectados por la crisis fronteriza. Todos, incluida Sandra, quien aprovecha los días para buscar una casa en arriendo, regresan al albergue sobre las 3 de la tarde.
A varios kilómetros de allí, pero en Cúcuta, vive Luz Magnolia Rodríguez, una santandereana que trabaja en el Programa de Hábitos y Estilos de Vida Saludable, HEVS, que Coldeportes adelanta en todo el país, en este caso en convenio con Indenorte (Instituto de Deportes del Departamento Norte de Santander). Ella hace parte de los 11 monitores que tiene el departamento y quienes durante las últimas tres semanas han alternado sus obligaciones laborales con las jornadas de recreación para apoyar a las personas de los cinco albergues que hay en la capital y ocho en Villa del Rosario.
Son las 3 de la tarde. Sandra y Magnolia no se conocen y sus rumbos son muy diferentes, pero el destino hace que sus caminos se encuentren justo en Villa Graciela. La primera ya está de regreso con su familia, mientras que la segunda alista un equipo de sonido para dirigir la actividad física musicalizada. Es una ventana de escape para pensar en algo diferente a los problemas. Un respiro del espíritu.
"Llegar acá y poder ver que mis hijos y las personas del albergue tienen la oportunidad de bailar y divertirse para ocupar el tiempo es algo que me alegra el alma. Esta iniciativa nos sirve para distraernos y pasar el mal sabor de boca por la situación que estamos viviendo", explica Sandra mientras mira cómo Valentina y Yamile se divierten con los ejercicios junto a otros 13 niños y niñas.
Las rutinas físicas musicalizadas están diseñadas para que la comunidad haga actividad física, trabaje el sistema cardiovascular, la coordinación y el equilibrio, pero en esta ocasión el componente más importante fue la diversión. "Lo más importante acá es ofrecer un rato agradable para los niños y para todas las personas que se vinculen a la actividad; por eso hacemos variaciones para que todos las puedan completar. Es reconfortante ver cómo a medida de que vamos empezando, los papás también se van integrando, incluso los soldados, las personas de la Defensa Civil y los encargados de los albergues", comenta Magnolia.
"Hace tres semanas que empezamos con estas actividades, que también las combinamos con deportes y recreación. En promedio en cada visita participan cerca de 40 personas", agrega mientras saluda con entusiasmo a sus nuevos alumnos.
Sandra recibe a sus dos pequeñas, les da agua y las conduce hasta la carpa. Aunque está viviendo temporalmente en un albergue, el apoyo que ha encontrado a este lado de la frontera le ha hecho recordar que la palabra más parecida a Colombia es esperanza.
Entre tanto, Magnolia alista la moto para regresar a Cúcuta. –"Muchas gracias, ‘profe’. Te lo regalo"-, le dice un pequeño de no más de seis años mientras le ofrece un rosario amarillo con un crucifijo blanco. Para ella, la tarde también fue especial. –¡Gracias! Más que este regalo, me llevo esa sonrisa como recompensa-, responde.