Prensa COC - Coldeportes
Si el mundo fuera de los jóvenes, nada sería difícil, nada sería triste, nada sería trascendental y todo, por el contrario, fluiría al ritmo de su alegría y de su optimismo y frescura para vivir la vida.
El sábado pasado, la ceremonia de inauguración de los XVIII Juegos Bolivarianos tuvo dos escenarios bien diferentes, pero conectados por la fuerza de esa juventud que protagoniza este certamen, proveniente de once naciones hermanas, que optaron por seguir la senda trazada hace 79 años, por el bogotano Alberto Nariño Cheyne, y preservar un certamen que poco a poco se ha descubierto como un tesoro con identidad propia, la misma identidad que comparten los países tercermundistas del área bolivariana, particular e irrepetible.
El primer escenario parecía ahogar el optimismo de los visitantes del nuevo estadio de Bureche, dibujado en un amplio potrero con vías de acceso aún en construcción, que se alcanzaron a inundar por las lluvias caídas sobre la región, especialmente la del pasado jueves, para muchos nativos, la más fuerte en la historia de la ciudad.
Aun así, los jóvenes vestidos de tantas patria cercanas hallaron motivos para olvidarse del barro: sentirse involucrados en una fiesta para la cual se habían preparado con esfuerzo y sacrificio; reencontrarse con tantos amigos deportistas; convertir a alguien a quien acababan de conocer, en objetivo de sus galanterías, o, simplemente, tener la mente abierta para dejarse sorprender con lo que podrían ver en la inauguración.
Y… efectivamente, lo que vieron y vivieron los transportó a un mundo nuevo, que atravesarían antes de saltar a los escenarios para saber quién es quién.
Primero, la imponencia del escenario, edificado con los más modernos diseños de estadios de fútbol en el mundo, y, segundo, al hermoso espectáculo que pudieron presenciar, colmado de música, alegría, folclor, historia y literatura, todo ello perteneciente a la tradición de Santa Marta y del Magdalena
Aracataca (Macondo), Gabriel García Márquez, Carlos Vives, Juancho Polo Valencia y la figura deportiva orgullo de los samarios, Radamel Falcao García, entre muchos otros fueron desfilando frente a los emocionados samarios y absortos visitantes, que seguían con especial atención, cada pedacito de esa inmensa historia que les estaban recreando.
Todo parecía mágico: el derroche de gracia de los cumbiamberos que llenaron la grama con sus movimientos cadenciosos y contagiosos, al son de cumbias y otros ritmos propios del Caribe Colombiano…
Los acordeones que despidieron hermosos sonidos de paseos y merengues, que casi todos los presentes se sabían de memoria…
Las canciones legendarias de juglares vallenatos, que dejaron sus huellas en los mismos barrizales que los jóvenes y menos jóvenes espectadores habían pisado esa noche…
La voz quebradiza del monstruo de Acataca, Gabriel García Márquez, diciendo pasajes de obras inmortales como Cien años de Soledad("Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo") o episodios que estampó en Vivir para contarla, todos arrebatados de la memoria de su madre Luisa Santiaga; de su abuelo Nicolás Márquez Mejía, o el triste recuerdo de la Masacre de las Bananeras, que fue simultánea con la consagración del fútbol samario, como primera potencia nacional, en los Juegos Nacionales de Cali, en diciembre de 1928 o, simplemente, sus lejanos recuerdos de esa infancia pobre, pero alborotada y feliz, vivida en los estrechos pasillos de su casa natal, en Aracataca, hoy convertida en un Museo.
La triste despedida del Libertador Simón Bolívar, desde su lecho de muerte en la Quinta de San Pedro Alejandrino, aquí, en Santa Marta, a su prima Fanny, en la que le confiesa su dolor porque todos lo habían abandonado, menos ella: "¿Te extraña que piense en ti al borde del sepulcro? Ha llegado la última aurora: tengo al frente el mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma, por grandes tempestades; a mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra, con sus viejos picos coronados de nieve impoluta, como nuestros ensueños de 1805; por sobre mí, el cielo más bello de América, la más hermosa sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz…
"Tú estás conmigo, porque todos me abandonan; conmigo en los postreros latidos de la vida, en las últimas fulguraciones de la conciencia. ¡Adiós Fanny!"
Fueron demasiadas emociones para un momento tan corto, que dejaron en claro que las raíces son los verdaderos soportes de las grandes hazañas de los seres humanos, como esta que se llama XVIII Juegos Bolivarianos, que cambiaron y cambiarán hacia el futuro, la vida de Santa Marta.